Mentalidad Disneyland


Donde todo podría volverse cómo por plena convicción en el final más feliz de todos. Ahí donde el ser se encuentra entre el bosque peligroso y el palacio lujoso, donde los sueños consisten en simplemente sufrir, necesitar la perdida, la tragedia en carne propia, después el cuento te lleva a un final feliz.
Hojear cuentos es más que simplemente leer una historia, es una filosofia que atraviesa hasta la ultima particula del ser, donde nos creemos que la tragedia es parte de nuestra existencia, y la llamamos desde nuestras miserables vidas, dejamos que nos visiten, entre horas, de madrugada, de siesta, de mañana o de noche. En verano, en primavera, en otoño y sobre todo en invierno, y más aún los domingos de lluvia. Donde se hace necesario sentirse acompañado.
Será que acaso deberíamos emigrar a los pocos bosques que nos quedan, para poder vivir la tragedia en esa aventura, y tener al fin el final feliz. Recuerdo a "eres tu, el principe azul que yo soñe?.... eres tu el dulce ideal que yo soñé..", deberé dedicarme a amaestrar pequeños animales salvajes, deberé renunciar a los placeres y la comididad de la urbe, deberé aceptar lo espantoso de mi ser, lo bestial y lo instintivo, deberé expresar las emociones, y creerme capaz de ser rey. Deberé aprender de magos y brujas, de buhos y demás. Cuán irreal se vuelve esta realidad, cuando esperamos que las personas golpeen a nuestra puerta, para jurarnos amor. Esperando levantarnos una mañana fría y encontrar con la cabeza revuelta, la cara aún dormida, esquelas en la heladera que expresen algun sentimiento de amor.
Y cuando de pronto, nos volvemos a sumergir en esta realidad, caemos en la cuenta, que no hay nada aprender, y no hay nada que discurtir, que la verdad no existe, y que si existiera sería la propia, que no hay magos ni buhos ni brujas ni brujos que nos enseñen, que no hay villanos, ni bellas, ni bestias, ni vagabundos, ni damas, siquiera esquelas de amor en la heladera, más sólo encontraremos cuentas que reclaman por ser pagadas, que gritan imperiosas ser satisfechas.
Cuando ser villano de vidas ajenas se vuelve incontrolable, cuando los demás se quedan con eso, con ese halo o vestigio. No hay lugar a segundas visiones, tampoco hay lugares (espaciotemporales) como para corroborar que eso es parte de la narrativa, que puede desanudarse, y que puede tener final feliz. Pero siempre nos dedicamos a cerrar capitulos, o lo que es peor a cerrar libros. Sin darnos la oportunidad de que las cosas se desenlancen. Así las historias siempre se repetiran, somos imperfectos y mortales, somos finitos -más aún yo-, y nos quedamos con eso.
Aferrados a la miserable finitud de nuestros cuerpos y nuestras mentes, quizás por la propia naturaleza del ser, la de preservarse, la de no alterarse (tanto), la de mantener la identidad, el grado de entropia. Quién sabe? Sólo escribo para (des)escribirme y leer(me) varias veces. No hay más de lo que hay. Escribo para cerrar cosas, y para que no queden por la mitad. Escribo para rellenar las ausencias, o para completarlas.
Y respondiendo a la naturaleza del ser. Cierro el libro.

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