De composición y figuras del arte entre otras tantas vulgaridades existenciales . ..


Si se pierden las zapatillas del cienpies ya no podría caminar calzado por la vida, cómo si fuese que las zapatillas son el sustento de precisamente aquello que define a este ser. Perder algo que determina la estructura y el funcionamiento de semejante bicho, es exactamente igual a la perdida de aquel que pierde aquello que lo define -digamos en algunos casos cabezas y en otros sólo cuerpo-. Como vagar por la vida lisiado, sin los fragmentos que le son propios al sujeto.
Entonces la perdida significaría sólo otra ruptura en aquel infinito cuadro de pequeños pedazos de azulejos celestes. Pequeños fragmentos que compones la historia de la vida, de la obra, de la figura en sí, del sujeto mismo que sufre. Los pixeles de las fotos digitales, los granos de arena de los relojes, las agujas de aquel reloj que nunca retrocede.
El tercer acto en el chiste o en el teatro, el desenlace de la novela de aquel libro de seiscientas páginas que esta juntando polvo en tu mesita de luz. Aquel libro que ansía ser leído cada noche, hojeado aunque sea, y que en cambio sólo es corrido de lugar para que su espacio lentamente sea ocupado por un cenicero. Cenicero tambien fragmentado que forma parte de la obra, del cuadro, y de la historia personal del sujeto.
Hasta que el ensordecedor ruido de la caída inescrupulosa lo despierta en la noche. Es aquel ser, dotado de investiduras, de significaciones que acaba de tirar al olvido, detrás de la mesita de luz el libro de 600 páginas, la historia de tu vida que todas las noches espera ser leída, y que siempre termina por caerse, al olvido o simplemente detrás de la mesa de luz de la casa que aún no nos pertenece, del lugar en el que nunca hemos estados, y en el cual nunca estaremos, porque aún no existimos, más que en pequeños lapsus, en pequeñas letras que intentan conformar una oración, oración sin predicado, y con sujeto fragmentado.

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